Todo va rápido, muy rápido. Los cambios tecnológicos han acelerado los tiempos, las posibilidades de estar informados y también de estar interconectados.
Sin darnos cuenta, también nos hemos vuelto móbilodependientes y lo que sucede en la red y a través de las aplicaciones nos engancha. Opinamos a base de “likes”, de encuestas que nos llegan con 4 respuestas cerradas, otras respondemos, a veces, sin pensar a lo que leemos en un Tweet o en cualquier otra red…sin pensar que crean y creamos mucho ruido, según como, estéril o innecesario.
A la infoxicación, el hecho de estar inundados de información o de datos e inputs a doquier, se suma los hiperestímulos que nos rodean, sobre todo, en las grandes ciudades. Aún y así, el mundo rural no queda exento de redes ni de internet por lo que el acceso rápido, fácil, necesario e interesante a la red, también puede tener sobreestimulados a los que viven cerca de la naturaleza.
La rapidez de acceso con un solo clic, con darle solo al dedo para acceder a cualquier contenido, para aceptar, descartar, comprar, puede crear una ficción de lectura y relación con la realidad si no se dispone de un buen espíritu crítico.
La rapidez con la que todo ocurre en los móviles en los móviles, tablets y ordenadores se asemeja, en cierto modo, a la rapidez en que sentimos un estímulo o se relacionan nuestras neuronas. Sin embargo, esta rapidez no se traslada de la misma forma cuando llevamos a cabo la materialización de nuestras ideas o nuestros proyectos.
Los tiempos para crear proyectos, para que un equipo trabaje conjuntamente fluidamente, para plasmar lo que pensamos bajo forma de escrito de cualquier cosa, acostumbra a requerir de mucho más tiempo.
Y hay que diferenciar también los tiempos de los pensamientos, del de las emociones, de los del cuerpo. Si no se sincronizan mínimamente, la velocidad a las constantes visitas a nuestros dispositivos a las que nos adherimos o nos requieren bajo forma de notificaciones, no nos permiten hacer buenas “digestiones” ante determinadas dificultades.
La capacidad de atención a través de los dispositivos electrónicos ha disparado la capacidad de búsqueda, de respuesta, de necesidad de saber en función de los intereses e interacciones que tengamos.
Sin embargo, la capacidad de repasar un argumento, de reflexionarlo, de elaborar críticamente y constructivamente no tiene que ir pareja, necesariamente, a la velocidad ni al sobreestímulo al que estamos expuestos. Y esto, los empresarios y trabajadores de Sillicon Valley lo deben tener muy claro porque llevan a sus hijos en escuelas en las que los móviles están terminante prohibidos durante un periodo importante de su escolarización. En este artículo encontrarán las razones que les lleva a llevar a la práctica este tipo de escolarización y de evitar al máximo el uso de pantallas en casa.
Si vamos tan deprisa en todo, perdemos la capacidad de atención que sí necesita la observación. En realidad, la atención empieza a ser una habilidad socioprofesional requerida en el mercado laboral. No es extraño, porque a tanta velocidad perdemos capacidad de concentración, o lo que es lo mismo: una atención atenta y relajada que nos permita aprehender aquello que vivimos, leemos, consultamos o compartimos.
Así pues, aventuro que en el mundo de la inmediatez, quien sepa ir más despacio, gozará de ventajas diferenciadoras pues, probablemente, sabrá elegir mejor, interpretar de forma más contextualizada y aportar soluciones más efectivas y realistas.
¡Ya lo decía La Fontaine en su fábula de la tortuga y la liebre! No todo es cuestión de rapidez y, yo añadiría, de tecnología. Sin lugar a dudas son dos valores muy importantes pero también es evidente que tenemos grandes lecciones por aprender sobre su uso y abuso.
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