Alexandra
Farbiarz
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Soluciones para el bienestar personal y la sostenibilidad

La pandemia que vivimos ha contraído grandes dosis de dolor y agotamiento con impactos psicológicos de los que en algunos casos desconocemos las consecuencias. Porque éstas están aún por llegar una vez termine el confinamiento.
Las situaciones de dolor son múltiples y diversas y dependen de la situación de cada persona, de cada familia o de otros tipos de convivencia, pero hay algunas que son fáciles de reconocer por todos:
 
  •  El dolor de quienes tienen un familiar en el hospital y no pueden visitarlo sabiendo que lo pasa mal.
  • El dolor de quienes han perdido a un ser querido y no pueden despedirse y hacer un duelo acompañado de los abrazos con quienes compartieron momentos vitales importantes.
  • El dolor y la incertidumbre de perder el trabajo tanto de los trabajadores autónomos como asalariados.
  • El dolor de los empresarios que ven perder sus oportunidades, con un nivel de endeudamiento superior al que tenían anteriormente y no saben cómo se recuperará el mercado y, a los que son sensibles, el dolor de haber procedido a ERTES sabiendo que dejan a familias con más incertidumbre.
  • El dolor de mucho personal sanitario que ha visto morir mucha gente, incluso compañeros de trabajo, cambiando prácticas médicas sin recursos básicos, trabajando más horas de lo que el cuerpo aguanta. Y, además, con el temor de volver a casa e infectar a su propia familia.
  • El dolor del aislamiento propio del confinamiento que, vivido o en soledad o en compañía tiene sus propias complicaciones y más en función del espacio donde vivas.
  • El dolor compartido de la incertidumbre de cómo nos cambiaran a partir de ahora las relaciones y el nuevo mundo que nos rodea.

 

Hay muchas formas de afrontar el dolor. Sin embargo, confinarlo dentro, puede conllevar nuevas fuentes de dolor que no resultan demasiado efectivas. Confinar el dolor se traduce en impotencia, en enfados, en dolores en el cuerpo, en rabia contenida, en una tristeza sin salida.
No es fácil hablar del propio dolor. No nos lo han enseñado y además es como que “queda mal” en la cultura del éxito donde la felicidad se presenta como una meta, como una zanahoria me atrevería a decir y donde el logro se premia más que el esfuerzo o la aceptación.
Porque hacer frente al dolor requiere precisamente de reconocerlo, de esfuerzo y aceptación para darle salida y poder transformarlo. Reconocer el propio dolor, compartirlo, es un ejercicio sano y saludable. Para empezar, le damos otra forma, más allá de nuestra propia experiencia subjetiva y a partir de allí es donde podemos empezar a sanarlo, aminorarlo y darle el espacio que se merece, pero sin dejar que nos atormente.
Es un ejercicio también de confianza y valentía porque nos permite reconocer nuestra vulnerabilidad, acogerla y poco a poco ir valorando como darle la vuelta alimentando su propio reverso, la confianza. Y hay que entender que de la vulnerabilidad aprendemos mucho y también sacamos fortalezas de ella si lo hacemos con una mirada amorosa hacia nosotros mismos.
¿Huyes de tu dolor o lo acoges? ¿Sabes que existen distintas estrategias para elaborarlo y sanarlo? ¿Quieres que te acompañe para reconducir tu dolor y convertirlo en abono de un estado más llevadero y positivo?