En la difícil situación que estamos atravesando social y económicamente, el concepto “ser competitivo” se ha sobredimensionado hasta tal punto en nuestro vocabulario que ya ni cuestionamos qué significa.
Una de las formas de ser competitivo implica presuponer que en aquello que hacemos es recomendable aspirar a ser el mejor. ¿Ser el mejor?… ¿en qué, respecto a qué y respecto a quien? ¿Ser el mejor o parecerlo? …¿Ser el mejor o el mejor valorado?
Cuando hacemos algo que nos apetece solemos hacerlo con ganas y de forma concentrada. El esfuerzo que hagamos para hacerlo bien también lo ponemos con agrado porque podemos disfrutarlo. Me pregunto si en esta disposición cabe la necesidad de decirse si uno o una es el o la mejor en lo que le encanta hacer; simplemente lo hace porque lo pasa bien haciéndolo.
El “ser el mejor” puede vivirse como doble presión, una de auto-presión en función de los valores que se inculcan al individuo y otra presión exterior como exigencia de la familia, grupo próximo, del espacio laboral, etc.
La pregunta que me surge entonces es… ¿qué necesidad existe en querer ser el mejor bajo estas circunstancias? ¿Para qué compararse?
Si la comparación nos sirve para aprender de los demás entonces puede tener un sentido constructivo. Sin embargo, si la comparación sirve para entronarse, entonces es que lo utilizamos como un sistema de motivación externo, que a mi entender ya no resulta tan productivo.
Efectivamente, cuando estamos más pendientes de un trono que de un trabajo disfrutado y bien hecho, entonces aquello que realizamos pasa a un segundo plano o como excusa para alimentar el ego o paliar la propia inseguridad.
Además, la presión que supone querer ser el mejor puede ser muy pesada o fuerte, hasta el punto de crear sufrimiento. No hay que olvidar que los triunfos no suelen ser eternos. No lograrlos, solo estar pendiente de alcanzarlos o solo vivir para lo efímero que suele ser “el mejor” puede ser un campo abonado a las frustraciones.
Entiendo pues que en los nuevos paradigmas organizacionales, así como en las cada vez más voces críticas al sistema educativo, se instruya menos en la competencia y se eduque más en la autosuperación y la
colaboración.
Aportar lo mejor de nosotros mismos parece pues más razonable. Y no olvidemos que, probablemente, lo mejor de nosotros mismos también varía en función de lo que estamos viviendo y en función de con quien nos relacionamos.
Así que tratar de aportar lo mejor de uno mismo parece mucho más saludable, inteligente y divertido que no querer ser el mejor en lo que sea.
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