Vivimos en una sociedad de ruidos. De ruidos muy distintos y variados. Externos e internos. Sin embargo, sin la posibilidad de escucharnos a nosotros mismos, perdemos la capacidad de encontrar y desarrollar nuestros deseos, nuestras verdaderas necesidades y a veces también la capacidad de desarrollar tanto nuestras habilidades como aptitudes. Si no nos escuchamos es difícil saber cuál es el camino que queremos seguir, lo que queremos priorizar. lo que queremos descartar o lo queremos aprender a gestionar mejor.
A su vez, si no escuchamos a los demás, tampoco nos damos la posibilidad de entender nuestro entorno más allá de nuestros propios pensamientos, de comprender que en la diferencia podemos enriquecernos, que escuchar a los demás nos genera flexibilidad mental y emocional, de ampliar conocimientos y capacidad de adaptación y de crear espacios de comunidad.
Escuchar atentamente a los demás también nos lleva a contrastar nuestros propios puntos de vista y comprender que todos tenemos necesidades diferentes por lo que también nos puede abrir a la posibilidad de reencontrarnos y revisar nuestra propia manera de hacer, transmitir, pensar y captar nuestras emociones.
¿Qué perdemos entonces tanto si dejamos de escuchar como de escucharnos?
Cuando dejamos de escuchar desatendemos lo que nos rodea y también lo que nos afecta. Aunque queramos hacer como que nada nos influye, nuestro día a día se va llenando de información, ruidos y sensaciones que pueden distorsionar lo que sentimos. Si no sabemos escuchar estos inputs puede que nos confundamos fácilmente por falta de datos importantes que no hemos tenido en cuenta de aquellos que nos rodean, porque, aunque estemos de cuerpo presente si nuestra mente está ausente, cuando volvemos a aterrizar ya habremos perdido el hilo.
Por otra parte, quien no quiere escuchar más que sus propias razones y no las contrasta con otras personas o solo con aquellas que les dirán aquello que quiere oír, se pierde en sus propios bucles de razón lo cual no significa que sea razonable. Todos podemos racionalizar argumentos defendiendo nuestra posición, pero mantenerse en ellas sin poderlas poner en duda, es muy probable que entre en un foco narcisista de la realidad que le lleva a una autocomplacencia y a culpar sistemáticamente a los demás, lo cual puede llevar a un comportamiento tóxico ante la realidad que es mucha más rica y va más allá de la propia mirada. Uno puede gozar de su propia razón, pero si no la contrasta ni curiosea más allá de sí mismo, además de una visión empobrecida, convertirá este proceder en un hábito poco saludable.
Por otro lado, existe el polo opuesto, el que escucha en demasía a los demás y deja de escucharse a sí mismo. Esto suele ser bastante común en la medida en que nos enseñaron a ser “validados” por los padres, la escuela, por las formaciones que hicimos, por nuestros iguales en nuestras relaciones personales cuando fuimos adolescentes (aunque hay adultos que siguen con la misma dinámica), por las relaciones laborales…y por nuestros propios techos de exigencia. Con todo ello, y sin apenas una educación emocional que nos haya acompañado a lo largo de nuestra vida, a menos que nos interesemos por ello, a veces es difícil escuchar y atender a nuestras propias necesidades, a menos que sean las que requerimos sí o sí para sobrevivir.
La fuerza del grupo está más que estudiada en la psicología social, por lo que, a pesar de haber crecido en una sociedad muy individualista, caemos en la paradoja de las comparaciones, de buscar estímulos fuera que nos permitan hallarnos a nosotros mismos. Las redes sociales viven de todo ello.
¿Sabemos escuchar y expresar nuestras necesidades?
No es evidente y depende de cada persona y circunstancia. Hay personas que se ven constreñidas por sus circunstancias y, a pesar de escucharse, no pueden siempre expresar como querrían lo que necesitan. Esto tanto puede darse entre personas con bajo poder adquisitivo por obvias razones, como con personas con mucho estatus social, regidos por unas reglas del juego no escritas pero consabidas y que forman parte de lo que podemos llamar una jaula de oro.
En cualquier caso, podemos tener espacios personales donde sí tenemos la posibilidad de entrenar la propia escucha y la expresión de la misma con los demás. Lo que ocurre es que a menudo nos cuesta fluir en aquello que queremos expresar porque valoramos o nos adelantamos a lo que los demás juzgarán de nosotros mismos o porque hemos convertido la introspección en un formato de autoprotección que a menudo constriñe nuestra expresión y la encarcela.
Hacemos así generalizaciones basadas en antiguas experiencias o en prejuicios a partir de nuestra propia escucha y nuestra propia mirada hacia nosotros mismos y los demás. Y esto, a su vez, provoca grandes conflictos y malos entendidos que a menudo generan situaciones muy injustas hasta el punto de derivar en conflictos sociales de mucho calado.
Escucharse, en tiempos de una sociedad audiovisual que hace que bajemos continuamente la cabeza para mirar nuestros móviles nos crea una falsa sensación de conexión…pero conectar consigo y con los demás necesita de algo más. Necesita la valentía de recorrer nuestro mundo interior más allá de nuestros propios ruidos internos, acercarnos a los demás para decidir con quien decidimos confiar y confiarnos, sabiendo que nos vamos a equivocar incluso con personas que jamás lo hubiésemos imaginado, pero también obteniendo regalos que jamás hubiésemos contemplado.
¿Sabes estar en silencio para escucharte o escuchar a los demás? ¿Te das el tiempo para reconocer aquello que te ocurre por dentro? ¿Cómo escuchas a los demás? ¿Sabes discriminar distintos niveles de escucha en función de tus necesidades? ¿Qué hace que decidas que es importante o no escuchar en los demás?
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