Cuando una inquietud nos acecha y nos lleva de cabeza, dedicándole demasiado tiempo mental como emocional, nos impide dormir bien o nos altera a la mínima que algo nos lo recuerda, es que esta inquietud se ha convertido en un pequeño monstruo que llevamos dentro y en cierto modo nos gobierna él a nosotros.
Es un estado que conocemos desde una edad muy temprana y que puede acompañarse de diferentes emociones o sentimientos. Por ejemplo, los monstruos del miedo o de la vergüenza pueden asustarnos, paralizarnos, hacernos desconfiar, etc.
Sin embargo ¿cómo nos relacionamos con nuestros monstruos? ¿cómo nos enseñaron a relacionarnos con ellos? Ya que los monstruos aparecen de vez en cuando sería bueno que pudiéramos dialogar con ellos para evitar que nos chillaran por dentro.
Cuando somos pequeños nos invitan a dibujar. Al hacerlo los niños ponen forma a las cosas: a veces de forma intencionada y otras no. Pero de cualquier modo lo que hacen es expresar lo que les ocurre por dentro. Y es interesante comprobar que son capaces de mostrarnos también sus monstruitos. De hecho no es casualidad que diversas escuelas de psicología, de pedagogía y de creatividad utilicen el dibujo tanto como instrumento de análisis como herramienta terapéutica o de construcción de proyectos.
En cambio, a medida que vamos haciendo años parece que el dibujo, a menos que sea una afición o una vocación, se deje atrás, como si fuera solo cosa de niños.
Dibujar, pintar, ponerle cara a nuestros monstruos, siempre que pueda ser proyectado, nos permite sacar lo que llevamos dentro fuera de nosotros y así empezar a ordenarlo. Esto que parece tan obvio resulta muy importante. En la cabeza tenemos circuitos complejísimos, que pueden ir a toda velocidad, manejando mucha información al mismo tiempo. Densidad y velocidad pueden producirnos grandes confusiones y/o tensiones. Cuando dibujamos seleccionamos, filtramos esta información a la que, en lugar de darle vueltas y más vueltas, podemos observarla con cierta distancia. De algún modo, cuando dibujamos, “objetivizamos” para nosotros mismos aquello que nos inquieta.
Cuando hemos dibujado un monstruo también podemos dimensionarlo mejor. En nuestra cabeza, el espacio de la fantasía es infinito. Si una inquietud nos controla es porque le damos un espacio importante en nuestra vida. Pero cuando lo dibujamos, le damos un tamaño, proporciones y puede que incluso dirección. Al trasladar el monstruo en dimensiones más asequibles quizás también sea un primer paso para empezar a manejarlo mejor.
Cuando hemos puesto cara a las cosas es un paso que nos permite realizar una comprensión más tranquila de la inquietud que nos acompaña. El “ruido” interno que nos generan nuestros monstruitos se rebaja cuando en lugar de estar solo dentro, podemos verlos desde fuera. Dentro de nuestro cuerpo, puede que la niebla que nos genera las tensiones asociadas a las inquietudes no nos deja percibir qué podemos hacer con ellas. Pero si los vemos fuera, podemos darle nuevas perspectivas, ampliando la percepción y las posibilidades para sentirnos mejor respecto a lo que nos inquieta.
Comentarios recientes