Alexandra
Farbiarz
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Soluciones para el bienestar personal y la sostenibilidad

Hace ya más de medio año que vivimos esta pandemia que nos ha cambiado la vida por completo. Era una pandemia preconizada por muchos científicos, pero como vemos, demasiado a menudo, la ciencia se la escucha más cuando interesa que cuando se la necesita.

La cuestión es que esta pandemia también ha destapado elementos que podemos comprender como metáforas de cómo nos relacionamos tanto entre los seres humanos como con nuestro entorno:

  • Un virus que ataca los sentidos, la capacidad de respirar y nos obliga a tomar conciencia de nuestro cuerpo, no desde un punto de vista estético sino desde el autocuidado. Normalmente delegamos nuestro cuidado del cuerpo a los sanitarios y obviamente ellos son clave para poder salir de problemas tan graves como éste y muchos más. Sin embargo, con este virus, nos tenemos que responsabilizar sobre lo que hacemos con nuestro cuerpo y conocerlo para poder protegerlo, para proteger nuestras defensas inmunológicas y para evitar dañar otras personas. En este sentido este virus puede darnos la dirección a incluir en el currículum escolar alguna asignatura sobre salud individual y salud comunitaria.
  •  Un virus invisible que irrumpe en una sociedad donde todo quiere visibilizarse, donde muchos compiten por la atención de los demás, por ser visto y distinguible…y donde no siempre se da valor a los valores que no tienen por qué tener un precio, ni ser visibles pero que finalmente son los que nos son más valiosos.
  • Un virus que nos impone los límites del contacto físico, en una sociedad donde se promueve el individualismo y la competencia y ahora nos hace ver hasta qué punto somos interdependientes. ¿Quizás sea una forma de darnos cuenta de la importancia de las relaciones y de lo sano que es cultivar relaciones que nos potencien entre nosotros? No es evidente si vemos según qué actitudes, pero probablemente, cuando aceptemos que esto es lo que hay, haya quien pueda, al menos, valorarlo.
  • Un virus que frena muchos movimientos en una sociedad dominada por las prisas y el estrés… ¿qué podemos aprender del parar? Los epidemiólogos advierten que las epidemias y pandemias están íntimamente relacionadas con la movilidad de las personas y mercancías, además de la destrucción de la biodiversidad, así que también es momento para preguntarnos sobre cómo nos movemos.
  • Un virus que ataca más en espacios cerrados que en espacios abiertos…como si nos invitara a repensar nuestra relación con el espacio, a cuidarlo, a reverdecer los espacios urbanos pero también a cuidar nuestros montes, nuestras playas, nuestros campos, nuestros árboles…allí donde se hace la vida en su esencia.
  • Un virus que durante un tiempo nos ha llevado a consumir menos, a reparar sobre lo que es esencial en un mundo más bien orientado a la superficialidad, donde muchas cosas se opinan con likes o dislikes, sin matices, sin preguntas, sin reflexión. Un virus que nos obliga a salir de simplificaciones reduccionistas y afrontar la complejidad de la vida.
  • Un virus que llega en plena emergencia climática y que parece avisarnos de la necesidad de resetearnos para poder salir de esta espiral autodestructiva en la que estamos toda la humanidad comprometida y que podríamos aprovechar como una oportunidad para construir nuevas bases para relacionarnos en equilibrio con el medio ambiente al que pertenecemos y no al revés.
  • Un virus que va más rápido que la tecnología y que, por lo tanto, nos sitúa en un nuevo lugar de humildad. La tecnología bien utilizada está bien, pero no nos engañemos, en términos globales no es lo que sucede vistas las consecuencias de su aplicación: la contaminación atmosférica causa estragos sobre la salud en varios sistemas del cuerpo, la contaminación de las aguas, la generación de residuos por todo cuanto genera la tecnología indica que quizás la hemos sobreestimado. Porque sí, nos resuelve una parte de las cosas, pero su mal uso conlleva consecuencias devastadoras. Desde la revolución industrial, el medio se ha visto muy afectado por su mal uso y su constante e indiscutido desarrollo. Es hora de afrontar este debate porque personalmente, a estas alturas, no me creo que la inteligencia artificial vaya a resolverlo todo. Con ello no quiero decir que esté en contra de la tecnología, pero sí de mitificarla y de no cuestionarla tal y como ahora suele utilizarse. Es hora de empezar a preguntarnos sobre el ciclo de vida de cada tecnología, así como sobre los productos que genera para valorar más objetivamente cual nos conviene realmente y cuál no, es hora de aplicar los principios de prevención y precaución. Y por ello conviene introducir una mirada humanística y ambiental en espacios en los que no suelen hacerse estas preguntas, desde las universidades, hasta las empresas y las administraciones.

Este virus, pues, deja en evidencia que las circunstancias en que las personas nacen, crecen, trabajan, viven y envejecen y que a menudo no queremos ni atenderlas, son importantes atenderlas de forma interdisciplinar del estilo “Una Salud” de la OMS y con un cambio drástico de hábitos. Porque, un bicho al que, al lado, somos gigantes nos demuestra hasta qué punto lo diminuto es relevante y nos cuesta trabajo lidiar con él.

Ahora vamos con mascarillas que nos tapan la boca y la nariz, pero nos dejan al descubierto los ojos y las orejas. ¿Seremos capaces de ver lo que nos está mostrando este mal bicho? ¿Seremos capaces de escucharnos a nosotros mismos y a otros para tomar decisiones adecuadas? ¿Seremos capaces de ver qué es lo que nos mantiene vivos más allá del miedo o los prejuicios?

En tiempos donde se habla tanto de creatividad, también se hace necesario observar atentamente lo que nos ocurre y escuchar a las voces que más necesitamos para activar nuevas formas de relacionarnos…porque de lo contrario, lo que está llegando también está más que avisado por la comunidad científica… y esta pandemia será solo un primer aviso.