Aquello que no se nombra, ya sean determinados hechos, sentimientos o condiciones puede responder a un montón de razones y todas ellas puedan ser válidas.
La cuestión es cuando aquello que no nombramos nos duele y se convierte en parte de nuestro ser interior ocupando poco a poco, día a día, un más espacio más grande y nos escuece cada vez más, entonces llegue a frenarnos o a angustiarnos.
En mi práctica profesional como coach, me he asombrado, más de una vez, cómo estas cosas que duelen y que no nombramos, en sentido amplio, desde ponerle nombre hasta comunicarlo, han sido aguantados como un gran peso durante años de los pies a la cabeza. Hay quien lo llega a experimentar como una bola de hierro que apenas les deja respirar.
Cuando se empieza a poder nombrar lo que nos pesa, le damos un espacio y una forma diferentes y podemos reconducirlo. En coaching estamos orientados más bien en el presente y en el futuro. Pero lo que seguimos arrastrando del pasado en nuestro presente lo condiciona: son los asuntos no nombrados que nos acompañan día a día y nos enrarecen. Son aquellos asuntos que nos llevan a callejones sin salida dentro de nosotros mismos.
Lo que se nombra pesa y nos cansa emocionalmente cuando ocupa demasiado espacio dentro, se puede convertir en un estorbo continuo, una vergüenza o en un vivero de frustraciones. Se decide callar porque se cree que no conviene compartirlo, que nadie lo puede comprender, por temor a ser rechazados o porque creemos que ya no se va a entender en el presente.
Hay muchos anhelos que quedan anclados en punto muerto durante años por que el peso de lo no nombrado ha frenado impulsos de construcción y es una lástima porque, a su vez, estas personas pueden tener una gran fuerza de voluntad por responder a los deseos de los demás o lo establecido convencionalmente. Como si aquello que no se pudiese nombrar se supliera haciendo más por los demás por sensación de incapacidad de hacerlo por uno mismo.
Cuando las personas se dan cuenta que nombrar lo que no se atrevían les relaja, les suaviza, después les supone un chute de energía. ¿Porqué? Porque les dan otra dimensión. Cuando se puede compartir el dolor uno se da cuenta que no era motivo para ser escondido sino para reconducirlo y transformarlo o que es un dolor mucho más compartido que lo que uno pensaba. La percepción sobre lo no nombrado cambia en cuanto se le han puesto palabras y se ha contrastado más allá de la propia percepción. Es desde ahí que se puede hacer una gestión emocional de lo no nombrado.
Agradezco infinitamente a las personas que me confiaron aquello que jamás habían nombrado y me demostraron que muchas de las cosas que no se nombran en realidad son lacras sociales que arrastramos desde hace demasiado tiempo pero que se vive individualmente y generan aislamiento interior. Agradezco profundamente también a aquellas personas que me ayudaron a poner palabras a aquello que me costaba o no entendía de mi misma y me ayudaron a atravesar periodos difíciles en mi vida.
Cuando no se nombra algo que nos duele, no acostumbramos a ser justos con nosotros mismos. Cuando se siente la necesidad de esconderlo es que existe la creencia que no va a poder ser comprendido. Y no, no es así. También es cierto es que para encontrar seguridad y empezar a soltar aquello que no nombrábamos es importante elegir bien la o las personas que te acompañan para asegurarse que lo harán con la delicadeza que merecen estos asuntos tan dolorosos y tu persona. Tómate un tiempo para elegir a esa o esas personas, verás qu, si buscas, encontrarás quien te sepa acompañar para resignificar aquello que te duele. Y quizás te sorprendas en poderlo convertir en un nuevo abono para tus próximos pasos.
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