Me llama la atención la facilidad que tenemos por clasificar todo lo que nos rodea.
Sin duda clasificar nos ayuda a ordenar y organizar los elementos con los que nos relacionamos y nos permite también obtener una visión de las cosas para establecer reflexiones, elecciones, conclusiones, etc.
Recuerdo muy bien cuando aprendí en la escuela la teoría de conjuntos. Recuerdo cuan poderosa me sentía al recoger en círculos los elementos que se repetían o los que se asemejaban. Al separar los elementos también me permitía comprender la complejidad que estaba ordenando.
Sin embargo, parece que hacer conjuntos por similitudes ha llevado a que tanto socialmente como individualmente no nos percatemos que en la realidad, los elementos que redondeamos bajo círculos, están relacionados entre sí.
El crear conjuntos por similitud no debería confundir la separación para la comprensión a la separación para la segregación. Sin embargo existen demasiados ejemplos en los que se comprueba que la segunda opción es de las más utilizadas… y más se utiliza en tiempos de crisis económica lo cual me resulta altamente preocupante. Podría poner ejemplos en el uso del lenguaje por parte de determinados medios de comunicación, políticos y recordatorios históricos al respecto pero no quiero perder el hilo.
Parece que socialmente hay quien se reconforta por poder adscribirse a un determinado grupo, conjunto, etc. Lo que me pregunto es si se trata realmente de un reconfort o de un mecanismo de defensa… no es lo mismo una cosa que otra.
Es como si distinguir conjuntos sirviera para señalarse a modo de negación. Decir “pertenezco a este grupo” me relaciona de modo excluyente a otro grupo. Lo que pudiera ser un ejercicio de comprensión, realizar conjuntos, se haya convertido en un instrumento para señalar “Formas parte de/ en contra de”.
Comprender y apreciar la diferencia puede hacerse de muchos modos. Observar conjuntos por similitudes y diferencias es una de las formas. Sin embargo conviene no olvidar que ello no implica que las relaciones de los elementos que están siendo ordenados dejen de existir por haber sido clasificadas.
Como coach, a menudo las personas me dicen, casi como si se estuvieran confesando “yo es que soy un poco rar@” (yo también confieso haberlo dicho muchas veces). Lo que a menudo subyace tras este tipo de comentario es un sentimiento de no pertenencia a un determinado conjunto de comportamiento supuestamente normalizado.
El hecho de sentirse inclasificable genera en muchas personas incomodidad e incluso inseguridad. Mientras tanto, hay otras personas que utilizan un lenguaje de clasificación justamente para refugiarse en un supuesto comportamiento normalizado. Afortunadamente también hay quienes les dan valor a sus propias diferencias y las aprovechan para su propio bienestar y satisfacción.
Cierto es que hay multitud de disciplinas, como la sociología, en la que yo me he formado, que utiliza la clasificación como herramienta para comprender esto que llamamos la sociedad, la gente. Pero tan cierto es que hay mil modos de crear conjuntos sobre la misma realidad y que las conclusiones que se obtienen del estudio de los mismos varían y son muy diferentes según quien lo analice. Lo mismo ocurre con la economía, el marketing, la psicología, etc. La rigurosidad del empleo de las cifras obtenidas para estudiar conjuntos no depende tanto de la herramienta empleada como de la honestidad y profesionalidad de quien la establece.
Cuando me dicen “yo soy un poco bicho rar@”, suelo responder “bienvenido al club”. Lo digo con confianza, alegría y tranquilidad… la misma confianza con la que la naturaleza me proporciona la observación de la diferencia. En primavera puedes ver la misma especie de flores en mil lugares distintos pero no hay ni una igual a la otra… como difícil es encontrar dos piedras idénticas. ¿Podrías ver dos nubes exactamente iguales?
Honrar las diferencias de otros, así como las propias, también permite reconocerse en lo similar y apreciar distinciones de las cuales podemos aprender y crecer con ellas.
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