El conflicto tiene muchas caras. Muchas de las caras con la que se muestra pueden ser más bien máscaras que disfrazan otro tipo de tensiones que las que manifiesta.
En este post quiero explicar el conflicto como forma de acercamiento, probablemente poco acertada y efectiva. En realidad, cuando alguien mantiene un conflicto continuado con alguien es porque se encuentra en relación con esta persona. A veces las personas nos quejamos de muchas otras, pero lo curioso del caso es que preferimos mantener el enfrentamiento como dinámica relacional. Muy probablemente, ello nos permite autoafirmarnos, asegurarnos que tendremos algo de lo que hablar o simplemente seguir en una relación que no sabemos cómo transformar, pero que nos asegura, en algún lugar, un tipo de presencia.
Las personas somos un auténtico misterio. Tenemos la capacidad de valorar un montón de cosas, pero ante los conflictos entre iguales, a menudo no nos vemos capaces de superarlo.
En un conflicto, la mayor de las valentías es buscar puntos de acercamiento y empatía con quienes mantenemos diferencias con las que no sabemos convivir. Así pues, el conflicto no deja de ser un modo de estar en contacto con quien mantenemos un desacuerdo.
Es curioso el dicho “dos no se pelean si uno no quiere”. Esto sólo es válido entre iguales; sin embargo, cuando existen diferencias de poder esto no es tan evidente. Efectivamente, las relaciones de poder alteran todo el orden de resolución de un conflicto. Cuando el que tiene más poder lo usa para marcar posiciones en el conflicto, difícilmente dejará que la otra parte pueda también manifestarse para tratar puntos de acuerdo o incluso para aclarar cuáles son los puntos en desacuerdo y poder abordar así un diálogo más constructivo.
Lo curioso de esta paradoja es que cuando la parte que tiene más poder insiste en el conflicto es que necesita del que supuestamente es más débil para poder erigirse como “ganador” del conflicto. Pero en ello también demuestra su debilidad.
Quizás como seres humanos debamos aprender más a identificar las fuentes de los conflictos que vivimos personalmente para también poder reconocer los que vivimos en nuestra cotidianidad en nuestras relaciones. De este modo, podríamos valorar con mayor criterio a quién nos merece prestar la atención o no en un determinado conflicto, así como de poder hacerles frente en momentos delicados de nuestras vidas. Es curioso, los mensajes sociales dirigidos a ser uno mismo, al éxito, etc, no abordan demasiado el aprendizaje sobre los conflictos ni sobre las estrategias para lidiarlos a no ser que sea desde la asertividad. Pero no es suficiente en un mundo tan complejo como el que vivimos que lo centremos todo tanto en el individuo cuando lo somos, ante todo, como seres relacionándonos los unos con los otros.
Obviamente, realizar aprendizajes que nos hagan más resilientes son fundamentales. Sin embargo, en esta resiliencia convendría poner atención en aquello que nos resulta incómodo como los conflictos para poder saber distinguir muy bien si van o no con nosotros, si merece la pena involucrarse o no para una resolución efectiva del mismo, para no hacernos tanto daño inútilmente, para tratar de comprender qué es lo que queremos resolver con el conflicto más allá de su apariencia, para poder aprovechar las cosas buenas que determinados conflictos también aportan, para poder desenmascarar y hacer frente a nuestros propios miedos.
Para el crecimiento personal se necesita de valor para reconocer, asumir y trabajar los propios conflictos. Pero cuando se hace, los frutos suelen estar asegurados porque tarde o temprano aprendemos o a superarlos, o reconocerlos y lidiarlos mejor.
Imaginemos ahora cómo sería poderlo hacer con las personas con las que no compartimos ideas, formas de trabajar o, simplemente, percepciones. Lástima que haya quien solo viva de los conflictos y carecen de una mínima valentía para reconocer que viven a costa de hacer daño a los demás o de crear conflictos innecesarios, feos y dolientes con los que se muestran diferentes a ellos.
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