Alexandra
Farbiarz
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Soluciones para el bienestar personal y la sostenibilidad

Sí, soy sensible. Algunos me han dicho que soy incluso demasiado sensible y quizás si lo soy. ¿Y qué? Para llegar a decir ¿y qué? he pasado por todo tipo de caminos de búsqueda, de sufrimiento, preguntas, angustias, reírme de mi misma y descubrimientos. En definitiva, un camino de autoconocimiento.
Ser sensible no debería ser problemático si supiéramos cuidarnos. Gracias a la sensibilidad se hacen obras de arte que podemos disfrutar, se generan vínculos de amor, generosidad, se empatiza y podemos desarrollar la solidaridad y atendemos aquello que nos es preciado.
El problema no es ser sensible, es problema es estar en un contexto que enfatiza y sublima valores que van en contra de la sensibilidad.
En la sociedad del espectáculo y el entretenimiento, lo sensible se diluye con sensiblería de mercadotecnia. Es más fácil marcarse puntos con elementos chocantes que tratar de comprender la belleza o el dolor. Entre otras cosas porque para comprender necesitas elaborar las emociones y los sentimientos, y, para ello, se requiere tiempo. En tiempos de inmediatez, de adaptación continua a cambios tecnológicos, sociales y ambientales, darse un tiempo para la comprensión nos toca, tanto en sentido positivo como negativo, incluso aquello que nos deja indiferentes, darse un tiempo de observación propio. También requiere de mucha voluntad y de cierta valentía.
Dejar de mirar hacia fuera y reconocerse en la propia sensibilidad sin temerla, para abrazarla, comprenderla, saberla poner a tu propio favor a pesar de las renuncias, las decepciones y asombros que conlleva es, en definitiva, hacerse responsable de quien eres, cómo eres y cómo quieres sentirte o estar.
Empiezo a tener una pequeña idea de que está hecha mi sensibilidad, aunque estoy segura que aún me queda mucho por descubrir y mucho por desarrollarla. Y también empiezo a saber cómo cuidarla para dejar de hacerme daño.
En más de una ocasión, antes de empezar un proceso de acompañamiento, mis clientes me dicen que les asusta empezarlo porque no saben lo que pueden encontrarse dentro o tienen miedo a ver cosas que no les guste de ellos mismos o de ellas mismas.
Lo cierto es que todos somos maravillosamente imperfectos e imperfectas y a la vez atesoramos recursos, valores y una sensibilidad que, o bien desconocemos o tememos sacar a relucir porque tememos no estar en acorde con lo que hay, a desentonar o destacar en lo que opera en nuestro contexto familiar, social o laboral.
Aprender a querer tu propia sensibilidad es también reconocer lo que te hace dudar de la misma, a decir no a aquello que te la niega, a salir a pasear aquello que te avergonzó pero que, de pronto, te das cuenta que tiene valor. Aprendes a que te resbalen actitudes de otros que hasta hace nada te asustaban o te alteraban, en definitiva, en decir no para decirte sí y aceptarte sin más, sin necesidad de reivindicarte, sin renunciar a lo que sientes.
Querer tu sensibilidad significa cuidarte, saber cuándo te sientes en tu propio centro y qué es lo que te aleja de él para poder recuperarlo. Querer tu sensibilidad te permite gozar de todo aquello que te aporta y aportas con ella.