Y es curioso comprobar que ,a pesar de estar en una situación en la que todos estamos aprendiendo, los que más saben no son los más escuchados y los que menos elementos objetivables tienen para dar una opinión con fundamento se permiten pontificar sobre cosas de las que no tienen ni idea. En esto, la pandemia no ha cambiado mucho las dinámicas sociales, políticas ni comunicativas que ya existían antes. Simplemente ahora se hacen mucho más evidentes.
La cuestión es que, al margen de esta pandemia, coexistimos con muchas otras crisis de las que podemos tener un margen más o menos de conocimiento, pero esto no significa que sepamos qué hacer con ello para mejorar.
Desde muy pequeñitos, en la escuela se nos enseña penalizando los errores. Si una cosa no la sabes te quitan puntos. En lugar de valorar los errores como guías de aprendizaje, un suspenso, algo que no has sabido hacer, te puntúa a la baja. El no saber es un lugar donde no nos gusta estar evidentemente.
¿Qué ocurriría si admitiéramos que el no saber es lo más común? ¿Qué ocurriría si no se penalizara tanto el error y apostásemos por un aprendizaje que se construye gracias a los errores en lugar de a pesar de los errores? Probablemente que estaríamos mucho más abiertos a la curiosidad, a buscar herramientas para conocer nuevos conocimientos, oficios, artes…porque no nos sentiríamos tan juzgados.
Cuando nos sentimos juzgados podemos adoptar muchas respuestas diferentes. Una puede ser la observación del juicio, otra puede ser el enojo, otra puede ser la de buscar entablar un diálogo para comprender la posición del otro, otra puede ser la tristeza, otra puede ser el resentimiento, otra puede ser el pasotismo o bien puede ser entender que la cosa no va contigo.
La cuestión es que para valorar todas estas posibilidades y más, tienes que tener cierta base de gestión emocional, gran asignatura pendiente a nivel escolar, social y organizacional.
Cuando las personas se inquietan por estar en un marco en el que no se sabe, en el que no hay certezas, en el que se dan mensajes contradictorios, en los que los protocolos cambian cada día, entonces se genera un ambiente de inseguridad colectiva, porque en el fondo, todos sabemos que no sabemos gran cosa.
Saber aceptar que no sabemos es difícil en una sociedad construida sobre la base de la penalización del no saber. Y ya sabemos que la ignorancia a veces es muy valiente. Es por eso que no me extraña ver según qué lamentables espectáculos histriónicos en el ámbito de la política. Y es que hay que hacer ver que se sabe mucho y se tiene mucha decisión.
Pero el caso es que la política no deja de ser un reflejo de lo que también ocurre en la calle, en la inconsciencia de tomar decisiones individualmente que pueden suponer un riesgo para muchos. Y a menudo estas decisiones se toman en base al creer saber porque nadie sabe… y lo triste es que así dejamos de confiar en los que algo saben y que son a los que deberíamos escuchar.
Y aquí radica la cuestión, ¿Cómo elaboramos un criterio razonable cuando convivimos en el no saber?
No es tarea fácil, así que lo primero es aceptar que no sabemos. Aceptar que hay situaciones donde no hay certezas, ni horizontes claros. Si aceptamos que no sabemos dejamos de luchar contra lo que no sabemos es mucho más sencillo empezar a investigar posibilidades sabiendo que lo hacemos en la niebla. Cuando las cosas no están claras lo que conviene es buscar una buena linterna para empezar a ver.
Una linterna no nos da toda la luz de lo que nos rodea, pero sí pistas. A partir de las pistas podemos empezar a andar tomando una determinada dirección. Esto no significa que la vayamos acertar a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera. Significa que estaremos caminando aprendizaje. Y es a través del aprendizaje que podremos formar nuestro propio criterio. A veces lo haremos acompañados y otras veces muy solos. Pero aprender nos proporciona herramientas y confianza.
Si seguimos la metáfora de la linterna, me pregunto si el hecho de gritar: “no por aquí no es”, “éste es el camino!”, “tú lo estás haciendo muy mal”, “éste no se entera de nada”, “esto no tiene ninguna coherencia” o cualquier otra cosa por el estilo, sin ningún argumento ni voluntad ni predisposición a entenderse con el otro, sirve de gran cosa o si, por el contrario, lo que demuestra es que no queremos asumir que éste es un viaje de largo recorrido en el que es preferible buscar apoyos para poder convivir con el no saber.
Para mi el no saber es la fuente de mi curiosidad, de mis ganas de aprender. Con el paso del tiempo aprendo, como dice la canción de Marwan “Conviene saber”: “ (…) conviene saber que lo único que vinimos a aprender es que vinimos a aprender”. Porque quien grita que sabe es que no entiende que el mundo es un lugar que no acabas de aprender nunca, que es imposible saberlo todo, que a medida que crecemos y cuando creemos saber algo la vida nos da una sacudida y nos plantea nuevas preguntas, nuevos retos.
Si nos enseñaran a apreciar el no saber quizás sería mucho más fácil poder sobrellevar socialmente una crisis como la que vivimos…y de atender a las que siguen en paralelo que no son pocas, porque la emergencia climática no ha hecho más que asomar la cabeza y, a pesar de todo lo que sabemos sobre ello, no sabemos accionar, como ponernos de acuerdo para salir del embrollo en que estamos toda la humanidad comprometida. Así que pongamos foco sobre los que saben un poco más que el resto, utilicemos bien nuestra propia linterna y confiemos que podemos bailar con nuestro no saber en lugar de pelearnos con él…porque está claro que, lo contrario, no nos sale a cuenta.
Magnífico artículo, qué razón tienes, nos iría mejor apreciando el "no saber" y que grande ese aporte músical, no conocía esa canción, ahora mismo la estoy escuchando. Gracias!
Bravo my friend!