¿Porqué las personas reaccionamos de forma distinta ante los conflictos? ¿Para qué entramos en determinados conflictos y, en cambio, en otras ocasiones los evitamos, en otras nos deja indiferentes y, en otras, hasta nos hacen sonreír? Los resortes por los que reaccionamos y actuamos dependen mucho de las experiencias mediante las cuales construimos nuestra propia forma de entender el mundo.
Al partir de distintas experiencias, nuestra sensibilidad se activa de una manera o de otra. Lo que para unos es evidente, para otros pueden ser quimeras. Y es entonces cuando pueden empezar los conflictos porque cada cual confiere un valor distinto a un mismo hecho, en función de la propia biografía y de las heridas que hemos sufrido y no hemos sabido cicatrizar. Porque, ciertamente, hay heridas que arrastramos desde hace años, algunas de las cuales requieren de un trabajo personal para poder sanarlas. Y luego existen los conflictos asociados con la novedad, con sucesos a los que no estamos acostumbrados y tampoco sabemos cómo lidiar. Lo cierto es que el no saber y la incertidumbre nos acompañan a menudo, pero no nos dan muchas herramientas educativas para poder afrontarlo con más recursos y tranquilidad.
En realidad, cuando sentimos vivir un conflicto es porque queremos dar salida, claridad y cabida a nuestras propias necesidades. Y éstas, como ya hemos visto, son distintas para cada persona porque partimos de lugares e historias diferentes para solucionar algo que nos incomoda, nos duele, reclamamos, deseamos o rechazamos.
Cuando tratamos de vehicular nuestras necesidades y no nos sentimos acompañados, es cuando pueden manifestarse los conflictos. La capacidad de resolución y el grado de malestar o de resiliencia y las derivadas que se generan en un conflicto dependerán de nuestro propio autoconocimiento, de cómo regulamos la intensidad con la que vivimos el conflicto y de la capacidad de comprensión que estemos manejando. Y parte de esta comprensión vendrá, también, del grado de información y capacidad crítica que disponemos.
En este caso, por capacidad crítica se entiende, en primer lugar, la propia autopercepción y cuestionamiento de los propios aprendizajes, los valores que proyectamos más allá de nuestras intenciones, las valoraciones sobre determinados hechos y personas que hemos construidos, precisamente, a través de nuestra propia historia. En segundo lugar, existe la capacidad crítica sobre nuestro entorno a la hora de evaluar lo que está sucediendo, lo que creemos y lo que hacemos con lo que es socialmente más habitual, lo que no significa que sea, necesariamente, lo más normal.
¿Cómo identificas cuáles son tus necesidades? ¿Sabes distinguirlas de tus pulsiones, de esos “automáticos” que son el grito de la necesidad, pero no la necesidad en sí misma? ¿Qué priorizas a la hora de afrontar los conflictos que vives? ¿Qué necesitas para poder aclarar tus necesidades?
Existen distintos tipos de necesidades y en función de cada una de ellas los estresores y conflictos asociados serán distintos. También se vivirán de un modo u otro según el bagaje personal ya que se dispondrán de unos determinados recursos y capacidades.
Cojamos la pirámide de Maslow. En la base de la pirámide encontramos las necesidades básicas, la fisiológicas, las que nos permiten vivir como respirar, comer o descansar. En segundo lugar, las necesidades que nos confieren seguridad como lo es un hogar, un empleo, determinados recursos, la salud, la familia. En tercer lugar, encontramos las necesidades de afiliación como la amistad, el afecto o la intimidad sexual. En cuarto lugar, están las necesidades relativas al reconocimiento y que van desde el propio auto-reconocimiento, a la confianza, al respeto y al éxito. Y finalmente, en lo alto de la pirámide, encontramos la necesidad de autorrealización como es la creatividad, la moralidad, la aceptación de los hechos, la capacidad resolutiva, la falta de prejuicios.
No cabe decir que los conflictos más dolorosos se dan cuando la base de la pirámide no está asegurada. En contexto de crisis económica como el que estamos viviendo actualmente, muchas personas han tenido que vivir conflictos asociados con el desempleo y todo lo que ello conlleva.
Por otro lado, los conflictos que replicamos derivados de nuestras relaciones familiares son un clásico.
También resulta relevante hacer notar que existe una grave crisis ecológica que está poniendo en peligro la base de las necesidades humanas. Por ejemplo, la contaminación atmosférica está intoxicando el aire de las grandes ciudades y, a su vez, causando o agravando problemas de salud.
¿Qué ocurre entonces con aquellas necesidades que se dan a partir del segundo y tercer eslabón? ¿Qué nos conflictúa cuando se manifiestan en nuestros afectos o en lo que sentimos como una falta de los mismos? ¿Qué necesidades están en juego cuando buscamos nuestra propia auto aceptación o la aceptación de lo que nos rodean? ¿Cómo nos sentimos cuando necesitamos algo y nos sentimos capaces o no de alcanzarlo? ¿Qué nos mueve cuando necesitamos aquello que creemos merecer y no sucede? ¿Qué necesidades no cubrimos cuando aquello que pasó no lo hemos elaborado y nos vuelve cada vez que hay algo que lo asociamos con ello? Éstas son solo algunas preguntas en relación a las necesidades. En función de tu propio camino las preguntas que puedan tener sentido para ti serán otras muy distintas.
Conviene también distinguir entre las necesidades manifestadas en un conflicto de las necesidades que ponemos en juego detrás del conflicto presentado (o representado según se mire). Es por eso que a veces los conflictos parecen jeroglíficos. Nos damos cuenta que hablamos de algo cuando en realidad detrás se esconde otro tipo de conversación, o, muy probablemente, una no conversación que necesita abordarse y que se disfraza con otro conflicto que resulta más abordable para los que están en la “reyerta”.
En un mundo tan cambiante, los desafíos y los conflictos que se dan de manera tan rápida, hacen que a menudo las personas no podamos “digerir” nuestras propias experiencias, y nos perdamos entre nuestras necesidades y las de los otros o incluso entre las que se nos proponen y que, en realidad, son de otros o propias de un imaginario colectivo vehiculado por la publicidad, películas, etc. Por lo tanto, resulta urgente abordar el aprendizaje de un buen autoconocimiento, para identificar bien tanto nuestras necesidades como nuestros recursos para comprender nuestros propios conflictos o aquellos que nos acompañan, aunque no los hayamos elegido. De este modo, probablemente, viviríamos mucho mejor las diferencias con las que convivimos a diario.
El conflicto es, pues, consubstancial al ser humano. Y el conflicto no es solo con el otro, los otros o la sociedad, sino, también con nosotros mismos. Educarnos en la comprensión de aquello que se nos dispara ya sea a nivel emocional, mental como corporal, nos ayudaría a graduar nuestra comprensión del mundo tanto a nivel individual como a nivel grupal, de equipo, organizaciones y de comunidad. Educarnos en la toma de conciencia de nuestros propios conflictos también nos capacitaría para nuestro propio bienestar y desarrollar la empatía, y por ende, la solidaridad.
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