Alexandra
Farbiarz
Mas

Soluciones para el bienestar personal y la sostenibilidad


Al cabo de unas sesiones, mis clientes me dicen “si hace unos meses me hubieran dicho que iba a poder comunicarme con la fluidez que lo hago ahora, que podría decir que no, que podría lanzarme a intentar realizar mis propósitos, no me lo hubiera creído (o me hubiera reído incrédulo)”. La frase indica el poco crédito que se dan muchas personas a sí mismas, pero también la satisfacción que experimentan cuando han logrado cosas que no imaginaban poder alcanzar.
Entonces, ¿qué es lo que valoramos a la hora de decidirnos a cambiar?
Sin duda, cambiar conscientemente hábitos, conductas o creencias nos permitirá explorar y descubrir nuevas posibilidades a lo largo del proceso. Pero nos plantea una serie de retos:

  • Cambiar supone un esfuerzo porque implica desprendernos de nuestros patrones de conducta más arraigados para dirigir nuestra energía hacia cosas nuevas o hacerlo de un modo diferente.

  •  Cambiar supone aceptar la incertidumbre: sabemos que hay cosas que queremos dejar de hacer o modificarlas sin saber necesariamente si con ello obtendremos los beneficios que esperamos.

  •  Cambiar puede llevarnos a cuestionar nuestras propias creencias, hábitos y conductas, lo que también significa cuestionarnos a nosotros mismos. En realidad, implica más reflexión y puede abrirnos la puerta a un mayor autoconocimiento. Sin embargo, ¿estamos dispuestos a conocernos más? Hay quien teme explorar su propia experiencia cuando en realidad, por mala que haya sido, gracias a ella nos forjamos y desarrollamos muchas estrategias que nos funcionan o que, si activamos, nos permitirán actuar mejor.

  • Cuando cambiamos, nuestro entorno relacional también lo nota. Pero no siempre quienes nos acompañan entienden nuestros cambios… Es decir, puede que nuestros cambios también comporten cambios en nuestras relaciones

  • Cambiar supone descubrir nuevas posibilidades y generar nuevos aprendizajes. En el camino nos sorprenderemos de nuestros propios recursos o adoptaremos otros que desconocíamos.

Así que, sin duda alguna, cambiar no resulta tan fácil. Quizás por ello se recurre al cambio en último extremo, cuando una realidad que se repite no funciona o nos provoca demasiado malestar. Cambiar como forma reactiva, como escapatoria. Aunque también hay quien lo hace desde la serenidad, porque siente que finalizó un ciclo y necesita nuevos retos o nuevas vivencias. O porque tiene claro que para poder abordar según qué retos es necesario enfrentar y asumir determinados cambios.
Por tanto, para poder perseverar en el cambio que nos propongamos será importante, además de tener claros los objetivos, ser conscientes de nuestras auténticas motivaciones porque son las que impedirán que traicionemos nuestro propósito. Durante el proceso, tendremos que adaptarnos a los cambios que se vayan generando y ejercitaremos recursos y fortalezas que desconocíamos o que habíamos subestimado en nosotros a causa de esos patrones de conducta tan arraigados. En definitiva, un camino arduo, pero de frutos seguros al alcance de todo el mundo. No hay misterio: es una cuestión de voluntad, perseverancia y autoconocimiento.