Según qué personas con un alto grado de empatía y responsabilidad se pasan la vida atendiendo a los demás y luego atienden sus necesidades y a veces ni eso. Hay momentos en la vida en que las circunstancias hacen que esto se dé casi de forma “natural”. Por ejemplo, madres y padres en momentos de crianza sobre todo en las edades más tempranas de sus hijos. Otras circunstancias son las de aquellas personas que tienen algún familiar a cargo por qué no puede valerse por sí mismo.
Y luego están esas personas que con buena voluntad mayoritariamente tienen un cierto atisbo de síndrome de “mamitis”, “paternalitis” o de “salvadoritis”. Son esa clase de personas a las que se acude cuando en el trabajo por ejemplo uno no sabe qué hacer y acude a esa persona que sabe que le tenderá una mano porque está siempre dispuesto a ayudar.
Esta predisposición a atender a los demás habla del valor de la solidaridad, de la comprensión y de la generosidad. Sin embargo a veces también puede estar hablando de la dificultad en atenderse a sí mismo. Digamos que estar por los demás nos distrae de lo que sentimos o queremos.
En algunos de mis clientes, sobre todo en procesos de mujeres y madres que deciden reincorporarse al mercado laboral después de cierto tiempo cuidando de sus hijos, encuentro cierta sensación de no saber ni reconocer su propia experiencia profesional, de saber no saber cómo verse a sí misma de nuevo como parte de lo que atender, ni de saber traspasar las habilidades que han adquirido durante la maternidad para sus proyectos profesionales.
De algún modo atender a los demás les ha invisibilizado a sí mismas, más cuando la maternidad no es valorada socialmente en términos profesionales ni económicos. Y esta invisibilidad la acaban integrando llegando a hacerles perder en muchas ocasiones su propia autoestima.
Así como este ejemplo de la maternidad y sus consecuencias es fácil de reconocer, resulta mucho más difícil a veces comprender personas que les nace estar por el prójimo de forma natural. Y sin embargo, debería ser más habitual si viviéramos de forma más natural, menos fragmentada y estresada.
Entre las personas propensas a echar una mano existen a su vez distintos estilos: el que hace lo que le piden, el que apoya aportando sus conocimientos, el que ofrece su desinteresada compañía y escucha, etc.
Lo que resulta muy curioso es como según qué personas de este tipo, a la hora de mirar por sí mismas tienen altas dificultades para saber proporcionarse un bienestar a sus necesidades. Estas personas están tan acostumbradas a responder a las necesidades de los demás que pueden incluso llegar a olvidarse de lo que les motiva para sí mismas. Están tan acostumbradas a poner el foco fuera de sí que cuando se encuentran en situaciones en las que ellos son el foco de atención les produce una sensación de extrañeza… con ellas mismas.
Si no somos capaces de atender a nuestro jardín podemos correr el peligro de no dar lo que necesita el nuestro propio y, consecuentemente, nos quedaremos secos, con falta de nutrientes o de energía para poder seguir ayudando a los demás.
Así que no se trata de ser más egoístas porque nos proporcionemos un espacio o bienestar sino de cuidarnos para luego poder ofrecer lo mejor de nosotros mismos. ¿Qué necesitas tú que te puedas dar para sentirte mejor?
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