Existen palabras para todo menos para aquellas experiencias que nos cortan o alteran todo el sentido de los que vivimos porque nos trasladan, con solo pronunciarlas, en lugares tan indeseados como de generación de pánico.
Palabras como cáncer, Alzheimer, Parkinson, pero también las muchas asociadas con enfermedades mentales, que, con solo oírlas, nos congelan el alma.
Estas palabras las defino como palabras totalitarias. En cuanto nos han sido atribuidas o lo han sido a seres queridos, nos paralizan, nos redirigen directamente a la tristeza, a la impotencia, a la rabia, en definitiva, hacia un dolor nos engulle de golpe y porrazo.
Sin embargo, podemos plantearnos porqué más allá de la evidencia que son enfermedades que tienen una gravedad evidente, pueden hacernos aún más daño.
En realidad, las palabras totalitarias nos llevan a experimentar una soledad extrema ante una dimensión desconocida y que socialmente se viste de tristeza y dolor. Tanto la tristeza como el dolor son estados con los que socialmente no nos llevamos bien. Es más, vivimos en un mundo donde hablar de tristeza y dolor está mal visto y en cambio se ensalza la felicidad como valor máximo. Me atrevería a decir que la felicidad se está convirtiendo en una exigencia más. Sin embargo, las personas que he acompañado en mi vida con cáncer a lo que aspiran es al bienestar, justo el opuesto a lo que comporta este tipo de enfermedades: el malestar. Y es que el bienestar, si lo cuidamos, si lo labramos, ayuda a sostenernos. Pero es evidente que vivimos en un sistema donde el bienestar quiere menguarse en favor de intereses económicos. Tanto las personas que atraviesan una enfermedad, como sus familiares, amigos, cuidadores como los profesionales de la salud lo saben bien. Los recortes que han sufrido los últimos años la sanidad, los servicios sociales, así como la investigación y desarrollo son prueba de ello.
He vivido muy de cerca el cáncer de un amigo, un familiar y una amiga. Dos de ellos ya no están aquí, pero me dejaron un legado inmenso. La tercera acaba de superar su segundo cáncer y espero que el último. A cuatro meses de su recuperación sigue viviendo su pasión por las montañas, tiene su orden de valores mucho más claro que la media de las personas. Con ella aprendo a valorar aspectos que a veces no tengo en cuenta, pero ella me recuerda su importancia. Probablemente porque ella ha mirado la muerte de frente y por lo tanto vive la vida con mucha más atención que yo.
En todos estos casos he comprobado cómo las palabras que acompañaron su proceso les variaba mucho el ánimo, pero también cómo las acompañaba el tono en que las explicaban los profesionales de la salud, así como las personas de su entorno más cercano. Las palabras no vienen solas, se acompañan de gestos, de silencios, de miradas, de suspiros. Se necesita aprender como acompañar las palabras totalitarias para que no nos paralicen y se pueda lidiar con ellas con la máxima entereza posible.
Probablemente es por ello que las personas que sufren cáncer y sus familiares y acompañantes más cercanos, rápidamente, aprenden todo un vocabulario de expertos que empieza a ser manejado con bastante fluidez. Ante las palabras totalitarias, que son como bloques de hormigón, es importante empezar a crear grietas mediante otros significados y palabras que nos ayuden a descifrar lo que nos es complicado de entender y aceptar.
Ante las palabras totalitarias que presuponen estragos varios y variados, podemos empezar preguntarnos porqués, cuándos, cómos y así canalizar nuestras angustias. Y es que detrás de la palabra cáncer, por ejemplo, existen grados y etapas y por lo tanto mucha más información que la que nos llevan las asociaciones que nos reenvían a una sensación de condena. Así, hay muchas personas que adoptan un conocimiento importante, un vocabulario que denota la intención y asunción de responsabilizarse de lo que está ocurriendo, siempre y cuando quieran y puedan claro está. Y la responsabilidad, inevitablemente, nos hace más fuertes.
Debemos aprender a lidiar con las palabras totalitarias, a acompañarlas de muchas otras para poder aceptarlas y hacerles frente. Si les damos el tamaño que merecen en nuestras vidas no nos impedirán vivir todo el resto de cosas que están pasando al mismo tiempo y pueden ayudar a sostenernos.
Por otro lado, deberíamos aprender que existen razones ambientales y emocionales que tienen que ver con este tipo de enfermedades y que tienen un carácter social pero que, sin embargo, las personas sufren individualmente. Desde aquí, propongo trabajarnos nuestro bienestar colectivamente y no solo desde la individualidad para poder sostenernos.
Las palabras las vivimos desde nuestra propia experiencia. Lo que nos signifique dependerá de cómo las relacionamos. Pero las palabras totalitarias nos sitúan, paradójicamente, en un lugar común, si bien pueden vivirse de formas muy distintas en función del peso, información y de cómo las comunicamos. De ahí la importancia de aprender a acompañarlas de muchas otras cosas y otras palabras para que no nos impidan seguir andando a pesar del difícil camino que nos anuncian.
Os dejo un poema que escribí hace tiempo sobre las palabras, ojalá puedan serviros.
Palabras
Palabras, palabras, palabras…
La palabra leída,
La palabra escrita,
La palabra prometida,
La palabra incumplida,
La palabra herida,
La palabra inventada,
La palabra escuchada,
La palabra apalabrada,
La palabra embellecida…
La palabra sentida…
¿Sentida desde dónde,
Desde cuando,
Desde qué sentido
Y desde qué sentidos?
La palabra que se mezcla
Con el gesto
Toma otro aire
Según quien la diga
Porque la palabra no viene sola
Viene acompañada
Por la voz,
Por el alma
De quien la elige o
De quien la repite,
Y de quien la agarra,
o quien la escucha cual música de fondo,
o muy cercana…
O de quien la ignora.
Y en medio de las palabras,
Los silencios,
El aliento,
El vacío
O la plenitud
De las palabras
Que nos atraviesan
Por nuestra casa,
Nuestro cuerpo,
O por el aire
Que nos las trae
A veces sin ni tan siquiera
Saber desde dónde llegan.
Alexandra Farbiarz Mas
Hola, Alexandra. Sí, las palabras tienen tanta fuerza. Por eso, la poesía. La poesía es como la música. Expresa sin explicar. Tiene la capacidad de tranformar el espíritu, e incluso el cuerpo que lo alberga.
Te deseo un Feliz Transcurrir por esta existencia llena de misterio.Con un cálido abrazo.
Mercedes Delclós.
Sí, tienes razón,la palabra es un gesto más de nuestra persona. El lenguaje ya es otra cosa: el lenguaje musical, el de la mirada, el corporal…. (esos no pasan por el pensamiento.son puro sentimiento).
LA PALABRA TIENE AMBAS COSAS, ES MÁS DEL SER HUMANO. Gracias por el link y por tu poema de año nuevo tan animoso!! Marisa